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Castilla La Mancha


Mora / Toledo / Castilla La Mancha
Cementerio de Mora
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dirección Calle del cementerio · 45400 Mora - Toledo · Tel. 925 30 00 25
información Visitar su Web
                                            HISTORIA: SOLO DIEZ HORAS Y MEDIA
 
La historia de esta sepultura familiar comienza un veinticinco de febrero de 1935 en Mora (Toledo). Las dos primeras personas que lo ocuparon fueron Josefa Núñez Alameda y Micaela Alameda Maeso, madre e hija.
La muerte de estas dos mujeres fue muy  dolorosa para la familia y muy impactante en la localidad. Estaba Micaela, de setenta años de edad, muy enferma. Padecía de lo que entonces se conocía  como  una enfermedad del vientre –probablemente un tumor- y llevaba varios días en fase grave. Micaela tenía tres hijos, dos varones y una mujer. Era esta, llamada Josefa,  quien cuidaba de ella. Vivían en casas diferentes, pero una al lado de la otra. Josefa era una joven mujer casada y tenía treinta y cinco años. Fruto de su matrimonio con Justino, su marido, habían nacido  cuatro hijos: un varón de doce, otro hijo de diez, una niña de cinco y el más pequeño que solo contaba tres años de edad.
Quiso el destino que por aquellos días Josefa también enfermara de lo que parecía ser un fuerte catarro que cursaba con dolores corporales y fiebre alta. El día veinticuatro, por la mañana, Josefa no se sentía bien pero se puso a hacer la cena para sus hijos  -una tortilla de patatas-  porque a la noche le subía la fiebre y tenía que cuidar a su madre por la noche, por lo que no le daba tiempo a hacer la cena.
Pero esa noche la fiebre hizo presa en ella y tuvieron que llamar al médico. Su diagnóstico fue claro: era pulmonía y había atacado de una forma muy agresiva a una mujer hasta entonces fuerte. El médico  dio un diagnóstico típico de la época:
“Si supera un periodo de unos diez días habrá superado la enfermedad y necesitará algunos días más para restablecerse completamente. Si no…..” –dijo-.
Y, desgraciadamente, no fue así. A la hora de cenar,  Josefa estaba muy enferma y llegada la una de la madrugada del día veinticinco, falleció. Pero la desgracia no vino solo a su casa. Su madre, bien por su propia enfermedad, bien por el disgusto tan enorme que supuso la muerte de su hija, o quizá una mezcla de ambas cosas, empeoró rápidamente de su enfermedad y falleció a las  once y media de la mañana de ese mismo día. Con una diferencia de solo diez horas y media fallecieron hija y madre. La noticia sorprendió a la familia y a la vecindad y, en pocas horas, era conocida en toda la localidad de Mora causando gran tristeza y estupor entre las personas que las conocían, pero también entre los paisanos que poco a poco fueron conociendo tan luctuosa noticia. Pocas veces un hecho tan triste causó tanta sorpresa.
Lógicamente, llegó la hora de enterrar a la hija y a la madre. Por aquel entonces, en Mora, como en otros muchos pueblos y ciudades, existía un coche de difuntos tirado por mulas. Resultaba muy curioso verlo porque era negro y dorado y tenía cuatro columnas y dosel bajo el que se colocaba el féretro. Era costumbre del pueblo que las mulas que habían de llevar el coche las pusiera la familia del difunto. En este caso fue Justino, marido y yerno de las difuntas, el encargado de hacer traer a las mulas. Con enorme tristeza tuvo que arreglarlas  para llevar al cementerio a su querida esposa Josefa y, unas horas después, repetir la misma operación con su suegra, Micaela: al existir una diferencia horaria entre los dos fallecimientos, los entierros tuvieron lugar a diferente hora. Es difícil ponerse en el lugar de esa familia que veía, con enorme tristeza, como dos de sus más importantes miembros fallecían en tan poco tiempo. Los niños no acudieron al entierro y los familiares intentaron que ni supieran de la muerte de su madre ni vieran pasar el coche de difuntos que llevaba el cuerpo. Pero, aprovechando un descuido y dado que era muy impactante ver el coche de difuntos –más aún para unos críos-, los niños salieron a la calle y, sin saberlo, vieron pasar sobre el coche el féretro con el cuerpo de su madre. Se enteraron de que era ella la que lo ocupaba porque escucharon a la gente decirlo e incluso les mostraron su pena y sus condolencias. Ellos, tan pequeños, rompieron a llorar al enterarse de tan triste manera de se habían quedado huérfanos de madre.
La familia disponía de una sepultura para cuando se produjera algún fallecimiento. ¿Quién les iba a decir que tendría que ser utilizado con tanta premura de tiempo para alojar dos cuerpos? Dicho panteón tenía  la peculiaridad de que el cabecero tenía forma de capilla y en ella se pusieron las fotos de la madre y de la hija. En cada foto se puso la hora a la que murió cada una. En la parte de arriba de las fotos se escribió la frase “HORAS FATALES, EL 25 DE FEBRERO  1935”. Encima del cabecero había un crucifijo del que sobresalían dos clavos en ambos extremos, en los cuales, llegados los días de Todos los Santos y de los Difuntos, la familia colocaba dos faroles negros de hierro en los que ponían velas. En esos  días, la pequeña hija de Josefa era la encargada de la familia de cuidar de que esas velas no se apagaran. En Mora, tal y como sucede hoy, ese día era un peregrinar de gente al cementerio y muchos de los que lo visitaban se pasaban por aquel panteón y allí se encontraban con esa niña que, a pesar de su corta edad, vestida de negro, responsablemente se ocupaba del encargo familiar.
Ésta es la historia del panteón de la familia que vivió tales hechos luctuosos. En él, al año siguiente, dos meses antes de iniciarse la Guerra Civil, se dio sepultura a Agustín, marido y padre de ambas. En 1978 se enterró a Justino, marido de Josefa. Y años después, se dio sepultura a dos hijos de Josefa: el más pequeño, Agustín, falleció con apenas cincuenta años. el segundo hijo, Agustín, falleció con sesenta y cinco años. Ambos hijos, pidieron ser inhumados en aquella sepultura en la que se encontraban los restos de sus muy queridas madre y  abuela.
Siempre dijeron que querían ser enterrados con ellas y que sus restos descansaran allí más años de los que pudieron gozarlas en vida.